En aquel tiempo, al salir Jesús de la Sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:

Todo el mundo te busca.
Él les respondió:
Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios.

Palabra del Señor.

Quería unir la idea de búsqueda de Jesús, de necesidad del Señor, y a la vez de necesidad incesante de oración. En un rincón de mi biblioteca, encontré esta poesía del Licenciado Dueñas (Siglo XVI)

Jesús, bendigo yo tu santo nombre;
Jesús, mi corazón en ti se emplee;
Jesús, mi alma siempre te desee;
Jesús, loete yo cuando te nombre.

Jesús, yo te confieso Dios y hombre;
Jesús, con viva fe por ti pelee;
Jesús, en tu ley santa me recree;
Jesús, sea mi gloria tu renombre.

Jesús, medite en ti mi entendimiento;
Jesús, mi voluntad en ti se inflame;
Jesús, contemple en ti mi pensamiento.

Jesús de mis entrañas, yo te ame;
Jesús, viva yo en ti todo momento;
Jesús, óyeme tú cuando te llame.

El Evangelio de hoy nos dice, que Jesús, aunque asediado por las multitudes, buscaba el silencio para orar al Padre. También nosotros, a pesar de estar metidos en tantas tareas, hemos de buscar silencio para escuchar a Dios. Para llegar al corazón del hombre, tenemos que penetrar primero en el de Dios, y este buscar hacer su voluntad, queridos amigos, solo se consigue hablando con él, esto es lo que hoy nos pide el Señor.