El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y le dijo:
—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

Muchas de las realidades de este mundo nos parecerían inexplicables, si suprimimos nuestra fe en la resurrección.
Vivimos en un mundo en el que la injusticia y la mentira triunfan y campan por doquier. Los justos no tienen, en este mundo, mejor suerte que los injustos.
Es, de una manera especial, nuestra fe en la resurrección la que nos dice que merece la pena seguir intentando ser justos, aunque por esto tengamos que sufrir, en este mundo, penas y hasta el mismo martirio.
Dios nos resucitará, como resucitó a Jesús, en nuestro último día, y nos juzgará según nuestras obras y su infinita misericordia.
Nuestra fe y nuestra esperanza en la resurrección pueden y deben iluminar nuestro difícil caminar aquí en la tierra.
José Luís Martín Descalzo escribió en su libro “Testamento del pájaro solitario”: “Morir sólo es morir. Morir se acaba… Morir… es encontrar lo que tanto se buscaba”.
FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN