
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Palabra del Señor.
Jesús nos prometió que nunca nos dejaría solos.
El domingo pasado al ascender a los cielos Jesús encargaba a los discípulos una misión: guardar todo lo que les había enseñado y predicar el Evangelio por todo el mundo.
Tarea ardua y difícil, pero a la vez apasionante.
Tienen fe, están juntos, pero tienen miedo a salir fuera por temor a los judíos, necesitan un empujón.
Estando juntos, reunidos, compartiendo los miedos y las ilusiones, compartiendo el recuerdo de Jesús, el Espíritu los sacudió como un vendaval violento y como unas llamas de fuego.
Es el gran desconocido en la Iglesia, pero su fuerza y su impulso siguen actuando en el interior del creyente.
Hoy es el día grande en que Jesús Resucitado nos envía su Espíritu.
Es Pentecostés, el punto de inicio de la Iglesia. Juntos, en comunidad y con la fuerza del Espíritu, podemos hacer realidad y mostrar a todos el amor, la misericordia, la comunión entre todos los hombres.
¡Qué el Espíritu de Jesús nos acompañe!