Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó:
– «¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos contestaron:
– «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas».
Él les preguntó:
– «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Pedro respondió:
-«El Mesías de Dios».
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Porque decía:
– «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Entonces decía a todos:
– «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará».
Palabra del Señor.
«Quien quiera venir tras de mí, que se niegue a sí mismo…»
Uno mismo es a menudo el mayor obstáculo para seguir a Jesús: nuestros egoísmos, inmadurez, tonterías… Cargar con nuestra cruz significa tomar nuestras incoherencias y contradicciones, nuestras pequeñeces, nuestro pecado.
Jesús ya cargó con el mal de todos, nuestra carga aún es de poco peso. Pero hemos de llevar la cruz de nuestras limitaciones, miedos y orgullo, que nos pesan y dificultan nuestro crecimiento.
Requiere de un proceso interno de cambio en el pensamiento, en la actitud, hasta en nuestra visión del mundo y nuestra forma de entender la religión. Pide una conversión total.
Hoy la Iglesia necesita gente valiente, heroica y buena, que se sienta familia de Jesús y esté dispuesta a seguirlo. Necesita voceros que anuncien el amor de Dios y su deseo de felicidad para la humanidad.
Carguemos con la propia cruz y asumamos el compromiso que cada uno tiene de luchar por hacer un mundo mejor a pesar de los contratiempos y de las incomprensiones.