
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les apareció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
– Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabían lo que decían. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
– Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos». Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
El Papa Francisco dijo a los jóvenes: “Estos son los entrenamientos para seguir a Jesús: la oración, los sacramentos y la ayuda a los demás, el servicio a los demás. A ustedes les pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores del futuro. Que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, ¡no balconeen la vida, métanse en ella! Jesús no se quedó en el balcón. Se metió. No balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús.”
Y es que la tentación de “hacer tres tiendas” está siempre presente. Es curioso que el hombre se preocupe siempre por construirle una casa a Dios, cuando Dios ha bajado a la tierra para vivir en las casas de los hombres. Dios no tiene tanta necesidad de metros cuadrados para iglesias como de acogida en el corazón humano.
Dios quiere vivir en familia con los hombres, andar entre sus pucheros. Dios no es un objeto de consumo. Él es la vida misma del hombre, pero nosotros nos empeñamos en confinarlo en su casa en lugar de tenerlo como compañero en el camino de la vida. El Dios de Jesús no se mantiene en alturas celestiales, sino que nos señala en dirección al mundo y quiere que como él nos encarnemos en el mundo. Como dice el Papa, ¡que nunca balconeemos la vida!