En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba. El aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablan de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
—Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
—Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaban silencio y, por el momento no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Palabra del Señor
Mientras Jesús oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
¡La oración de Jesús! Hay tantas clases de oración como personas orantes, aunque tradicionalmente hablemos de oración vocal y oración mental, oración de alabanza y oración de petición, oración comunitaria y oración personal, etc.
La oración es la mejor manera que tenemos los humanos para comunicarnos con Dios y sin oración no hay expresión religiosa.
Pero lo que queremos decir ahora, al comentar este texto evangélico de la transfiguración del Señor, es que la oración debe terminar siendo siempre un instrumento de transformación y transfiguración religiosa.
La oración debe ser siempre un acto de comunión y comunicación con Dios, porque en la oración de alguna manera somos habitados por Dios.
No oramos tanto para que Dios nos escuche a nosotros, sino para que nosotros escuchemos a Dios.
En la oración debemos pedir transformarnos nosotros en Dios.
Oramos para que nosotros seamos capaces de aceptar y hacer la voluntad de Dios.
Una persona orante debe, además, manifestar en su vida ante los demás que es imagen de Dios, hijo de Dios.
La oración, debe transformarnos por dentro y transfigurarnos por fuera ante los demás.
Así es como vieron los apóstoles a Jesús, cuando Jesús oraba en lo alto del monte Tabor. En el Tabor los tres apóstoles vieron a Jesús como el Hijo de Dios, al que hasta entonces sólo habían visto como el “hijo del hombre”.