
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
– Paz a vosotros
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Palabra del Señor.
Pentecostés es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también nuestra vida.
Ni las puertas atrancadas, ni los muros sólidos del Cenáculo cortaron el paso de quien dijo ser la Luz del mundo. Cuando él llegó en medio de los suyos, todos los temores se desvanecieron y la oscuridad de la noche retrocedió. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor que, como siempre, les daba su saludo de paz. Para disipar, además, cualquier duda que pudieran tener, Jesús les muestra sus llagas y heridas, les pide de comer. Detalle muy humano y, en apariencia sin importancia, pero decisivo para convencerles de que realmente estaba vivo.
Los abandonos de la hora crucial de la Pasión estaban perdonados. Jesús les volvía a enviar como antes hiciera, cuando habían curado enfermos y expulsado demonios. Ahora sus palabras tienen mayor solemnidad: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Es una misión única y transcendente: salvar a los hombres de la esclavitud del pecado, sacarlos de las regiones de las sombras y llevarlos al Reino de la Luz.
Para ello les concede unos poderes divinos entre los que destaca el de perdonar los pecados. Prodigio que Jesús operó ante el escándalo de los fariseos y la admiración de las gentes que glorificaban a Dios por haber dado tal poder a los hombres. Como garantía y prenda de todo ello les confiere el Espíritu Santo, la promesa del Padre, el don inefable e inaudito que transformaría a los apóstoles en atletas de la fe, capaces de inundar de luces nuevas el tenebroso mundo romano de entonces. Fue tal la fuerza y el esplendor de aquella primera Luz que sus resplandores llegaron hasta el fin del mundo, y durarán hasta la consumación de los siglos.
Celebremos la culminación de la Pascua, celebremos Pentecostés.