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En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desfallecer, les propuso esta parábola:
–«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario».
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme»».


Y el Señor añadió:
– -«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante el día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Palabra del Señor

Si el domingo pasado Jesús nos recordaba que tenemos que dar gracias en nuestra oración por los dones que Dios nos regala, hoy nos recuerda que también es bueno pedir.
La verdad es que no hace falta que nos recuerde que pidamos, pues es lo que hacemos habitualmente, más difícil nos resulta dar gracias.
Sin embargo, también es bueno pedir, por eso Jesús cuenta la parábola del juez inicuo para explicar cómo tenemos que orar siempre sin desanimarnos. Al pedir reconocemos nuestra limitación y ponemos nuestra confianza en Dios.
Pidamos para que sepamos aceptar nuestras limitaciones y sobre todo sabiduría para asumir lo que no podemos cambiar.
Como dice San Agustín «la fe es la fuente de la oración, no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua». Es decir, quien pide es porque cree y confía.
Pidamos también y de forma especial, para que Dios nos aumente la fe y cure nuestra incredulidad.