Nació San Agustín en provincia africana, en la ciudad de Tagaste, de padres cristianos y nobles, pertenecientes a la curia municipal. A su esmero, diligencia y cuenta corrió la formación del hijo, siendo instruido en las artes liberales. Enseñó primeramente gramática en su ciudad, y después retórica en Cartago, y en tiempos sucesivos, en Roma y Milán., donde a la sazón estaba establecida la corte de Valentiniano el Menor.
En la misma ciudad ejercía su cargo episcopal Ambrosio. Agustín acudía a la iglesia a escuchar los sermones, absorto y pendiente de su palabra. En Cartago le habían contagiado los maniqueos por algún tiempo con sus errores, siendo adolescente; y por eso seguía con mayor interés todo lo relativo al pro o contra de aquella herejía.
De San Ambrosio recibió el bautismo junto con otros compañeros y amigos. Después se volvió a África, a su propia casa y heredad; y una vez establecido allí, casi por espacio de tres años, renunciando a sus bienes, en compañía de los que se le habían unido, vivía para Dios, con ayunos, oración y buenas obras, meditando día y noche en la divina ley.
Ordenado presbítero, luego fundó un monasterio junto a la Iglesia, y comenzó a vivir con los siervos de Dios según el modo y la restablecido por los apóstoles. Enseñaba privada y públicamente, en casa y en la iglesia, la palabra de la salud eterna contra las herejías de África, sobre todo contra los donatistas, maniqueos y paganos, combatiéndolos, ora con libros, ora con improvisadas conferencias.
Más adelante fue nombrado obispo, predicaba la palabra de salvación con más entusiasmo, fervor y autoridad; no sólo en una región, sino donde quiera que le rogasen, acudía pronta y alegremente, con provecho y crecimiento de la Iglesia de Dios.
Dilatándose, pues, la divina doctrina, algunos siervos de Dios que vivían en el monasterio bajo la dirección y en compañía de San Agustín, comenzaron a ser ordenados clérigos para la Iglesia de Hipona. Unos diez santos y venerables varones, continente y muy doctos, envío San Agustín a petición de varias iglesia, algunos fueron obispos.
El imperio romano se iba perdiendo. Numerosas tropas de bárbaros crueles, vándalos y alanos, mezclados con los godos y otras gentes venidas de España, dotadas con toda clase de armas y avezadas a la guerra, desembarcaros e irrumpieron en África.
De la defensa de la ciudad de Hipona, se encargaba el en otro tiempo conde Bonifacio, al frente del ejército de los godos confederados. Catorce meses duró el asedio completo, porque bloquearon la ciudad totalmente hasta en la parte litoral. Hasta su postrera enfermedad predicó ininterrumpidamente la palabra de Dios en la iglesia, con alegría y fortaleza, con mente lucida y sano consejo. Y al fin, asistido de nosotros, que le veíamos y orábamos con él, durmióse con sus padres.
Dejó a la Iglesia clero suficientísimo y monasterios llenos de religiosos y religiosas. También nos quedó su sabiduría en sus numerosos libros.