En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
— Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.
Pero el Señor le contestó:
— Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán.

Palabra del Señor

No podemos caer en la tentación, al escuchar el evangelio de hoy, de confrontar acción y contemplación. Las dos son necesarias para un cristiano. Contemplación y acción (lejos de enemistarse) son necesarias para vivir con más calidad de vida, para preguntarnos sobre las grandes verdades de nuestra existencia.
¿Somos Marta o María? Podría ser el interrogante de este domingo. En el término medio, está la virtud.
Jesús no desprecia, ni mucho menos, la entrega de Marta. Le indica que afanarse tanto, no merece la pena. Que con menos basta. Que, María, se ha detenido un momento para recuperar fuerzas y volver con más ímpetu a la vida.
Jesús no ensalza a María porque no haga nada sino porque, siendo tan trabajadora como su hermana, ha sido inteligente y ha dicho “hasta aquí he llegado” es necesario contenerme para escuchar palabras de vida; un encuentro con Aquel que me va a dar luz para seguir adelante.
En las dos hay algo en común: las dos se brindan: una, materialmente, y la otra espiritualmente. Y, por cierto, las dos cosas son recibidas por el Señor.
Que allá donde nos encontremos, recordemos que Dios nos quiere inmersos en el mundo pero sin dejarnos anular por él.