En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no, túnica de repuesto. Y añadió:
– Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Palabra del Señor

Jesús envía a los discípulos a proclamar la Buena Nueva.

Son colaboradores suyos en el anuncio de la llegada del Reino. El envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo.

Según la legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza.

La misión de los doce no es para enseñar, sino para proclamar la conversión, que expresa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre.

La misión de los doce busca provocar una transformación. Los doce deben ser ellos mismos signo visible de la conversión que proclaman.

En las circunstancias concretas de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje que un bastón, que casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina. La fuerza y credibilidad de su misión no estriban en los modelos socioeconómicos constituidos.

Tomemos nota de ello hoy día que creemos que lo fundamental son los medios empleados. Lo que cuenta de verdad es el testimonio auténtico y veraz. Jesús proclama la urgencia de dedicación a la proclamación de la Buena Noticia y advierte de la gravedad que lleva consigo el rechazo del proclamador o de su proclamación. Quien rechaza la Buena Nueva se pierde la alegría de recibirla.