En una ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús le contestó:
— ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
—Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?” Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”.
Palabra del Señor
Dios siempre espera lo mejor de nosotros.
El Evangelio vincula la paciencia con el crecimiento, la vida y los frutos de la higuera; esto está vinculado en definitiva con el amor pues éste forma parte de la auténtica paciencia.
Pues la vida crece despacio, tiene sus horas, sus tiempos, va por muchos caminos y rodeos, especialmente cuando se refiere a nuestro crecimiento espiritual, y esto es lo que Dios contempla desde su infinito amor a los hombres, que muchas veces somos como la higuera del Evangelio.
Quien no ama la vida no tiene paciencia con ella. Dios es el gran paciente porque es el amor y fuente de toda vida.
Removemos la tierra, quitemos todo aquello que hace infecunda nuestra vida y dejemos que la Gracia de Dios la abone.
Dirijamos una y otra vez, nuestra oración a Dios:
“Sabemos que tu paciencia no se agota jamás, que tu capacidad de espera, no tiene límites. Por eso te decimos: danos una nueva oportunidad. Ten paciencia con nosotros”.
“¡Señor, ten paciencia conmigo, y concédemela, para que las posibilidades que se me han otorgado crezcan y den fruto!”.