La casa de José y María fue la escuela de valores donde Jesús creció en “edad, sabiduría y gracia”.
Jesús aprendió de José de modo especial el oficio y así era conocido como el hijo del carpintero.
Pero para entonces, cuando Jesús comenzó a ser conocido en Israel, muy posiblemente José habría fallecido. Las narraciones evangélicas no lo mencionan durante la vida pública del Señor.
En su infancia, sin embargo, y antes incluso de su nacimiento, sí que nos hablan de José y de su fidelidad. Estando desposado con la Virgen María y comprendiendo que Ella esperaba un hijo sin que hubieran convivido, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto.
Así manifiesta su virtud: decidió retirarse del misterio de la Encarnación sin infamar a María y fue necesario que un ángel le dijera: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
José, el hombre justo. Cumple su misión calladamente.
Como dice el evangelista, Dios puede contar con él. No se escandaliza de la concepción milagrosa de María, sino que se dispone, por el contrario, a hacer como el ángel le indica: al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa.
Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús. Y así comienza su misión de padre del Redentor según el plan divino.
Una tarea sobrenatural –como deben ser todas las tareas humanas– que vivió confiando en Dios mientras veía que Dios había confiado en él.
Tras la visita de los Magos, cuando humanamente podría parecer que las circunstancias mejoraban después de los accidentados sucesos en torno al nacimiento del Niño, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes.
No sabemos cuánto tiempo permaneció en Egipto con Jesús y María; el suficiente, en todo caso, para que debiera instalarse establemente en un país extraño, emplearse en una ocupación para mantener a la familia, aprender posiblemente un nuevo idioma, otras costumbres…, y sin saber hasta cuándo…, pues el ángel sólo le había dicho: estate allí hasta que yo te diga… Nuevamente resplandecen la fe y la fidelidad de José.
“Enviados a reconciliar”.
La Iglesia nos transmite el amor de Dios y su perdón, y lo hace especialmente por medio de sus sacerdotes.
Hoy celebramos el Día del Seminario. Ellos son los brazos que sostienen, el corazón que late, el abrazo que reconcilia y abre al encuentro con Dios.
Ellos son la voz de la Palabra, para que todos conozcan cuánto se les ama y acoge por parte de Dios.
El sacramento del perdón es un encuentro maravilloso, entre Dios, que nos quiere perdonar, y nosotros que, arrepentidos, volvemos a Él.
Y los sacerdotes son el abrazo del Padre para todos, como bien ilustra el cartel del Día del Seminario 2016”.