
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
— Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo) Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor
“¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?»:
Todo esto que contemplamos y confesamos, que escuchamos como palabra de Dios, no da pie a la evasión de la realidad y al encantamiento. Creer en la ascensión de Jesús no es quedarse con la boca abierta y los brazos cruzados.
Es entrar en acción, es hacerse cargo de la misión recibida, es poner a trabajar la esperanza hasta que el Señor vuelva y se manifieste la gloria de los hijos de Dios.
Si la vida de Jesús, de obediencia al Padre hasta la muerte y de entrega a los hombres sin ninguna reserva, se revela como ascensión a los cielos, los que nos llamamos cristianos y le seguimos sólo podemos tener la misma experiencia si vivimos como El.
Ahora sabemos cuál es nuestro destino, ahora tenemos un camino para correr, ahora es posible ya el caminar con esperanza; pero ahora es necesario dar alcance, paso a paso, al Cristo que se fue para que nosotros pudiéramos caminar.
Cristo se va, y así comienza la hora de nuestra responsabilidad, la hora de escuchar y asimilar las palabras del Señor y recordarlas una a una, de realizarlas en este mundo, hasta que todo llegue a la plenitud y a la perfección que ya se ha realizado en Cristo.
Es la hora de recoger el «relevo» que Cristo nos da. Es la hora de la Iglesia y del Espíritu. Es la hora de la madurez y el compromiso.