Contra los pastores que no supieron cuidar el rebaño del Señor alza su voz el profeta Jeremías. En parte por culpa de ellos vino la deportación a Babilonia el año 587. El destierro a Babilonia fue ciertamente un castigo de Dios, pero la dispersión de las ovejas de Israel se debió igualmente a la negligencia y a los abusos de sus pastores.
Por eso el Señor promete volver a reunir de nuevo a su pueblo, pero bajo otros pastores que sean dignos de su confianza.
La repatriación prometida no es más que el anticipo y el anuncio de los tiempos mesiánicos en los que, al fin y de una forma imprevisible, todo llegaría a su cumplimiento en Jesús, el Hijo de David, el Buen Pastor.
El reino mesiánico no se fundará en la violencia sino en la sabiduría y en la justicia. Por eso llamarán al Mesías «El Señor nuestra justicia». Este nombre significa que el Señor establecerá el derecho, es decir, el orden moral y social en el pueblo, la salvación.
Y esto se cumplirá en Jesús.