En un mísero portal nació el amor. Por un portal, nimio y pobre, entró la divinidad hecha humanidad. Y en este Domingo de Ramos, portal de la Semana Santa, avanza entre cantos de júbilos, aleluyas, aclamaciones y ramos el que es Rey de nuestra vida: Jesús de Nazaret.
En este Año de la Misericordia, el Domingo de Ramos, alcanza su más alto significado: viene la misericordia de Dios a nuestro encuentro. Lo hace sobre pollino y en medio de alabanzas.
En estos días, la misericordia de Dios, será vendida, negada, maltratada, humillada, muerta y resucitada. La Pascua, en cierta forma, es un test que se nos brinda a todo cristiano: ¿Eres pascua del Señor –con todo lo que ello implica- allá donde te encuentras?
El Domingo de Ramos tiene, además, otras connotaciones, frente a tantos dioses de hojalata y cartón que el mundo nos presenta como idílicos, esta fiesta nos hace poner los ojos en el Rey y Señor
El Domingo de Ramos es un cruce de sensaciones: entra por la puerta la misericordia de Dios (para ser aclamado) y saldrá por ella (en viernes santo) sin más compañía que Juan y María.
Los demás, como muchos de nosotros lo hacemos durante el resto del año, mirarán –miraremos- a la cruz (con Cristo incluido) desde lejos.
En el fondo, Domingo de Ramos, es la antesala de la soledad y de la traición, del poderío de un gran Rey que –aparentemente- es derrotado en la cruz, de la contradicción de los que decimos quererle pero, en situaciones difíciles, nos echamos atrás.
Domingo de Ramos es la alfombra del camino fácil pero, el Viernes Santo, es la cuesta arriba del amor que vale.
Hoy la misericordia de Dios, la que viene al encuentro de nuestras miserias y perdiciones, cabalga sobre pollino. Lo hace desde la humildad y sin ruido.
En cambio, nuestras “misericordias” a menudo las envolvemos en notoriedad y orgullo olvidando que, el Siervo de los siervos, nos indica un camino para hacer visible nuestra entrega: la humillación y el silencio.
Cantamos y coreamos en este día, ¡Hosanna al Hijo de Dios! Proclamemos en este inicio de la Semana Santa que, en este mundo tan vacío de referentes morales, sociales, políticos y económicos, Jesús nos da unas pistas para convertir esta realidad nuestra en un pequeño paraíso.
Que la Pascua que vamos a celebrar sea un motivo para levantar los ojos hacia el cielo, ensanchar nuestro espíritu, afirmar nuestra esperanza y desvelarnos por aquellas situaciones que exigen nuestra presencia sobre el pollino de la humildad, servicio, amor, generosidad o amparo.
Feliz Pascua del Señor! Entremos, con Jesús, camino de Jerusalén.