1.- Las lecturas de hoy nos invitan a recorrer un camino al que Dios nos llama: el camino de la fe. Al pueblo de Israel se le anuncia el retorno a su tierra después de tantos años en el exilio.

Allí permanecieron sin esperanza y con un gran sentimiento de culpa por el pecado de infidelidad a Dios que allí les ha llevado.

La mujer pecadora del Evangelio, tras encontrarse con la misericordia de Jesús, va a comenzar una nueva vida. San Pablo, en la segunda lectura, valora su propio camino cristiano, fijos los ojos en la meta.

2.- Ese camino no es obra nuestra, es obra de Dios. La salvación es un don gratuito de Dios, que ha de ser acogido desde nuestra libertad y disponibilidad, dejando que Dios obre en nosotros, sin miedo alguno.

Por eso al inicio de ese camino está siempre un encuentro con la misericordia de Dios, que nos reconcilia. Así ocurre con la mujer pecadora del Evangelio, que escucha las palabras consoladoras de Jesús: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Vete y, en adelante, no peques más”.

Del mismo modo Isaías anuncia el perdón de Dios, que hace posible el retorno del exilio. También la vida de Pablo cambió en el encuentro con Jesús en el camino de Damasco.

3.- Ese encuentro con Dios, que no toma en cuenta nuestros pecados, que hace nacer algo nuevo en nosotros, abre por tanto un mundo nuevo delante de nosotros, llamados a amar como Dios nos ha amado.

Desde el principio de nuestro camino de fe, Dios se sirve de mediadores para ayudarnos a avanzar. Así, el profeta Isaías se convierte en el heraldo de la buena noticia para el pueblo de Israel.

Pablo contó desde el principio con los hermanos que en Damasco le ayudaron y acogieron, y luego se convirtió el mismo en pregonero del Evangelio hasta los confines de la Tierra.

Jesús hoy, para seguir reconciliándonos con Dios, en su Iglesia, ha querido valerse del ministerio de los sacerdotes, no solamente para celebrar el sacramento de la reconciliación, sino para que su propia vida se consagre, desde el ministerio sacerdotal, a ser testigos de la misericordia divina, de palabra y de obra.

4.- Hoy rezamos por el seminario, y pedimos por los seminaristas que allí se forman, para que un día puedan ejercer este ministerio siendo verdaderos iconos de la misericordia de Dios. Sabemos que al hacerlo estamos también pidiendo a Dios que nos ayude a recorrer nuestro propio camino de fe con las ayudas que Él dispone para nosotros, fijos los ojos, como Pablo, en la meta, sabiendo que Dios no nos quita nada salvo aquello que nos sobra y nos lastra: el pecado y sus consecuencias.