Ya no es tan común ver a un pastor cuidando sus ovejas. Pero todavía en nuestros campos se puede ver la figura del pastor que saca a su rebaño a pastar en los rastrojos en medio de la canícula del verano.

Las ovejas retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitación o de preocupaciones. Ni siquiera miran al pastor; saben que está allí, y eso les basta. Libres para disfrutar en amplios campos de labor.

Felicidad abierta bajo el cielo. Alegres y despreocupadas, las ovejas no calculan. ¿Cuánto tiempo queda? ¿Adónde iremos mañana? ¿Habrá lluvias que garanticen los pastos del año que viene? Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas.

Las ovejas viven de día en día, de hora en hora. Y en eso está la felicidad. “El Señor es mi pastor”, decimos nosotros. Solo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos y volverá la paz a mis atribulados nervios.

Vivir de día en día, de hora en hora, porque él está ahí. El Señor de los pájaros del cielo y de los lirios del campo.

El Pastor vigila, y eso me basta. Es bendición el creer en la providencia. Es bendición seguir las indicaciones del Espíritu en las sendas de la vida porque “El Señor es mi pastor. Nada me falta”