
En aquel tiempo proclamaba Juan:
– Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero el os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús de Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
– Tú eres mi hijo amado, mi predilecto.
Palabra del Señor.
Había un agustino, gran director espiritual, el P. Santos Santamarta, dicen de él, que cuando volvía a su pueblo, iba a la Iglesia, y allí pasaba horas rezando delante de la pila del bautismo, la misma que bautizó a todo el pueblo, a sus padres, a sus abuelos y así hasta quinientos años atrás.
Hoy les invito a hacer esta oración, mental o presencial ante la pila del bautismo.
Contigo quiero, Señor
Alcanzar y bajar hacia las aguas del Jordán,
Para sentir que Dios llama siempre
A pesar de las dificultades del camino.
Contigo quiero, Señor
Dejar la comodidad de mi casa,
De mis amigos y trabajos,
Para empeñarme un poco
En aquello que el Evangelio
Necesita de mis manos y de mi esfuerzo.
Contigo quiero, Señor
Renovar mi Bautismo,
Revitalizar y fortalecer
Lo que un día, por la fuerza del Espíritu,
Me hizo hijo de Dios
Y de la Iglesia.
El Bautismo nos configura con Cristo, infundiéndonos las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, así como nos otorga los dones del Espíritu Santo que, asentado en el alma del bautizado, lo convierte en templo de la Santísima Trinidad y miembro del Cuerpo místico de Cristo… Que todo esto nos estimule a valorar el Bautismo que recibimos y, sobre todo, a vivir como hijos de Dios.