En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la Sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:

  • ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quien eres: el Santo de Dios.

Jesús le increpó:

– Cállate y sal de él.

El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:

  • ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen.

Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Palabra del Señor.


 

Yo quisiera Señor que me hablases con autoridad, para que los tantos demonios que habitan en mí, se dobleguen ante la fuerza de tu verdad. Yo quisiera Señor, que la frescura de tu mensaje, nuevo e interpelante, comprometido y valiente, me haga comprender que no existe otro camino, para llegar hasta Ti, que el de la sinceridad, el de creer y vivir lo que uno dice.

Yo quisiera Señor que me hablases con autoridad, para que yo vea que tus labios se mueven con la fuerza poderosa de un Dios que por hacerte siervo de su causa, habla a través de Ti, bendice con tus manos, mira con tus ojos y ama con tu corazón.

Yo quisiera Señor que me hablases con autoridad, porque necesito una palabra salvadora, una fuerza que me reanime de mis males, una luz que me saque de mis noches, un mandato que se imponga y venza sobre lo que me impide ser libre, para ponerme a tus pies y poder servirte.

A la luz de este evangelio, me resta decir con San Agustín: “Señor, mi Dios, sólo a ti amo. Sólo a ti te busco. Sólo a ti estoy listo para servir, pues sólo tú gobiernas con justicia y yo deseo estar bajo tu autoridad” (Soliloquios 1,15).

Que aprendamos de Jesús a enseñar y a actuar con autoridad.