Gianni Rodari, tiene un libro titulado “Jaime de Cristal”, en Ed. SM. Cuenta la extraña historia de un niño que nació siendo transparente. Lo más extraño del caso es que todos podían leer sus pensamientos, y cuando le hacían una pregunta adivinaban su respuesta antes de que contestara. Aunque el autor le bautizó con el nombre de Jaime, en su obra, es denominado Jaime de Cristal.
No les cuento más, pero ya es cuestión de especular a partir de la tesis primera, “alguien transparente”, ¿se lo imaginan? Cierto es, que a veces utilizamos esta denominación, “transparente”, para gentes sin doblez, personas que no buscan aparentar, sino que al contrario, son como son, sin trampa ni cartón, aquí si que no hay aditivos ni colorantes.
Lo que ocurre, es que cuando alguien es o actúa de esa manera, por un lado nos admiramos, pero por otro llegamos a pensar que tiene un problema.
Claro, que tendría mucha ventajas si todos fuéramos o intentáramos ser transparentes. No sería tan corriente mentir, o a la inversa, el que mintiera iba a dejar de hacerlo por encontrarse descubierto al instante y sentirse, como todo el que falta a la verdad, sonrojado y lleno de vergüenza.
Intento imaginarlo, aunque hasta cierto punto esto es lo que está pasando con el uso y abuso de todas nuestras tecnologías. Has podido hacer o decir algo en un mensaje, en una red social, de lo que ni te acuerdas, pero alguien, “caritativamente”, lo saca a la luz en el momento más inoportuno de tu vida o carrera. El desenlace lo vamos viendo todos los días, pérdida de confianza, rectificaciones, dimisiones…
Una sociedad vigilada por cámaras en todo sitio y lugar, gafas o aparatos digitales que todo lo pueden grabar visual o auditivamente sin que te percates de ello, ahí estamos, “todos transparentes”, pero lamentablemente sin coherencia interna y sin querer.
Volviendo al principio, mis jefes sabrían cual es mi pensamiento y actitud ante ellos, el trabajo, los compañeros. Mi esposa no tendría que preguntarme dónde o con quién he estado. No tendría que dudar sobre la honestidad de mis alumnos en las pruebas escritas.
Aunque, como usted y yo podemos ir haciendo conjeturas e imaginando situaciones, lo mejor, igual, es dejar que las cosas estén como están, a ver como quedan. Por eso les pronpongo huir de todo intento de vigilancia exógeno y volver a releer “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, para no caer en la tentación de querer para los demás, lo que no deseamos para nosotros, nuestros pensamientos y acciones.