Normalmente digo la Misa de 9.00 durante toda la semana, Luis que suele ser el primero que llega, y que los setenta ya los cumplió hace algún tiempo, me saluda con la siguiente pregunta: ¿Qué tal estás?, yo le digo que bien (generalmente), aunque en alguna ocasión, le comento, que “andamos”, y él me contesta, “mientras andemos”.
Este hecho, y algunos más que se reiteran a lo largo del tiempo me ha llevado a pensar en los parroquianos, y más en concreto en los míos, cierto es que el diccionario ilustra que la palabra tiene al menos dos acepciones muy frecuentes, la más reconocida, la de la persona que pertenece a una determinada parroquia, y la otra, la de la persona que frecuenta habitualmente el mismo establecimiento.
Refiriéndome a la primera acepción, hace tiempo me contaron con tono de humor, que los párrocos jamás podrán satisfacer con su conducta el corazón de sus fieles, pues como del pueblo español se dice, los fieles suelen estar cerca del cura, unas veces delante, con un cirio, y otras detrás, con un garrote.
Conocido es también el discurso que narra en esta línea de desafección, que si el cura llega tarde es que no le importa el tiempo que pierden los fieles, y si es muy puntual, no espera por nadie.
Algo similar ocurre cuando habla de cuestiones sociales, entonces es que se mete en política, pero si no menciona este campo, algunos comentan que no pisa tierra. Si pide para reparar la Iglesia, siempre está pidiendo, y si no pide, no mira por el estado del templo…. Y así continúa la lista: con que si lleva riguroso traje talar o parece un paisano más, se cree el cardenal o es demasiado llano…
Sea como fuere la opinión de los parroquianos sobre sus respectivos párrocos y coadjutores, les queda a unos y a otros el modelo de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, patrón de los sacerdotes, que “visitaba sistemáticamente a los enfermos y a las familias; organizaba misiones populares y fiestas patronales, recogía y administraba dinero para sus obras de caridad y para las misiones; adornaba la iglesia y la dotaba de paramento sacerdotales; se ocupaba de los huérfanos, se interesaba por la educación de los niños; fundaba hermandades y llamaba a los laicos a colaborar con él”
Su ejemplo me lleva a poner de relieve que laicos y presbíteros, sean de la parroquia que sean, deben colaborar siempre, pues son un único pueblo sacerdotal.