La semana ha empezado entregando a la tierra a nuestro hermano Emilio José García Mandillo, religioso y sacerdote agustino. Para él ya están escritas todas sus páginas en el libro de la vida, y a fuer de ser sincero he de decir que desde la dura caligrafía que supone el dolor, nos dejó pocas palabras, pero una gran entereza a la hora de imprimir en nuestras retinas y corazones la letra de las verdades que siempre creyó.

No todos los libros tienen las mismas páginas, ni todas las vidas los mismos días. Considero que aunque todos queremos más tiempo, y máxime, cuando vamos saboreando esto del vivir, lo importante no es el número de años, sino el sentido y lo consciente que hemos vivido el tiempo que se nos ha dado.

Sí, confieso que he vivido, pero también he de confesar que en más de una ocasión mis renglones han salido torcidos. Y sí, planas, las hay de todos los colores; negras y grises, tristes, o naranjas y blancas, alegres, también las hay limpias y claras.

Al igual que tiro a la papelera las hojas del calendario, miro con tristeza como he perdido mucho tiempo e incluso he emborronado bastantes cuartillas de mi vida. El carácter, el tono de mi voz, la maledicencia, la murmuración, la apatía… no son excusas, sino raspaduras en la carne de mi prójimo, de mis amigos, de las personas que conviven conmigo, protagonistas conmigo de la misma aventura o desventura.

Pero ya no puedo cambiar lo escrito, lo que si puedo es aprender de lo vivido, y desde la confianza en Dios y en mi mismo, pensar que todavía me queda por escribir una página en blanco, y ahí está, esperándome; pulcra, acogedora, disponible para que sobre ella escriba el nuevo día.

Y ahora no caben excusas, ni tampoco culpas, lo que si cabe es el deseo de escribir la holandesa más bella, la más sentida, la más honesta.

Por si fuera poca la motivación de hacer una obra de arte de lo que uno tiene entre sus manos, añadir, el recordar de forma agradecida los anversos y reversos vitales de los que queremos y nos precedieron en el noble arte de dar y darse.

Pero dando otra vuelta a las líneas de éste artículo y retorciendo el papel para que hable, es de justicia escribir por los que ya no pueden escribir, con el deseo de poner como buen calígrafo, la pasión del que no está, sabiendo que ya está para siempre conmigo.