Nacido en una típica familia de inmigrantes italiana, Jorge Mario Bergoglio, mantuvo una relación muy especial con su abuela Rosa, la madre de su padre, Nonna Rosa. La nonna, no solo vivía a la vuelta de su casa y le cuidaba cuando hacía falta, sino que también le inculcaba una profunda religiosidad, una fe que marcará su camino.

Todos los Viernes Santo, la abuela del papa les llevaba a él y a sus hermanos a la procesión de las velas y al final, llegaba el Cristo yacente y la abuela les hacía arrodillar y les decía: “Miren, está muerto ¡pero mañana va a resucitar!”. Así, el Papa, recuerda que su abuela le enseñó “que el sudario no tiene bolsillos”, aludiendo a la poca importancia del dinero y lo material.

Cuando le contó que iba a ser sacerdote, la nonna, desde la misma fe que nuestras abuelas, creyente pero madre, le contestó: “Por favor, no te olvides que las puertas de la casa está siempre abiertas y que nadie te va a reprochar nada si decidís volver”.

En la ceremonia de su ordenación Rosa le escribió una carta para la ocasión, dice así: “Que estos, mis nietos, a los cuales entregué lo mejor de mi corazón, tengan una vida larga y feliz. Pero si algún día el dolor, la enfermedad o la pérdida de una persona amada los llenan de desconsuelo, recuerden que un suspiro al Tabernáculo, donde está el mártir más grande y augusto, y una mirada a María al pie de la cruz, pueden hacer caer una gota de bálsamo sobre las heridas más profundas y dolorosas”.

Nuestras abuelas, también nos enseñaron a rezar, y las vidas de los santos, y las costumbres de los pueblos. También hacían caridad a espaldas de nuestros abuelos, aunque estos siempre lo supieron y lo permitieron. Las abuelas nos conocían y nos conocen nada más escrutarnos, y desean sobre todo nuestra felicidad, no se asustan, no se extrañan por ninguna decisión.

Las abuelas, la mía y la suya, y usted que lo es ahora, señora, enseñaban así, desde el ejemplo, sin levantar la voz. Con esa comprensión que dan los años y desde el amor derramado al pie de las cruces de los suyos, durante toda una vida. Las abuelas, la mía y la suya, y usted que lo es ahora, señora, sabían que siempre que llueve escampa, y que el domingo, “…Cristo va a resucitar”.