Prácticamente ya estamos en Semana Santa y me vienen a la memoria y al corazón, hechos, palabras y actitudes tuyas, por eso, me atrevo a escribirte unas letras.
La verdad es que todo esto se veía venir. Tus enemigos enviaron desde el Templo de Jerusalén guardias para detenerte y éstos volvieron con las manos vacías. A la pregunta de porqué no te habían detenido, los guardias respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como él!, y es que Tú sorprendías incluso a tus enemigos.
Viviste día y noche con los discípulos, y de entre ellos escogiste a doce, los apóstoles, los tuviste por verdaderos amigos, aunque también soportaste sus defectos. Una vez, la madre de dos de ellos te pidió un puesto privilegiado para sus hijos, y a Ti, no se te ocurrió otra que decirle: “A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos”, y así fue.
¡Señor!, El día en que enseñaste las Bienaventuranzas, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te hubiera susurrado al oído; “Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades?” Impertérrito, continúas y te oigo decir: Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré al mundo entero hacia mí.
Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: ¡He aquí al Hombre! Creía conocerte, si te hubiera conocido, ¡jamás se habría lavado las manos desentendiéndose de ti! Pero no sabía nada de ti, de tu corazón, de esa ternura y misericordia que mostraste cien veces y de cien maneras diferentes.
Tu inteligencia práctica brilla hasta en tu pasión. En la última cena, el primer Jueves Santo, les pusiste en guardia: “¡Tendréis miedo y huiréis!”. Protesta, el que más, el bocazas de Pedro, el que te negaría tres veces. A María, tu madre, no la quisiste dejar sola, y le diste un segundo hijo que cuidase de ella, e indicaste a Juan: ¡He ahí a tu madre!
Y al final, aquí estoy, una vez más, como millones de personas, esperando el momento a que te crucifiquen para estar al pie de la cruz y desde ahí sentir como extiendes tu amor en un abrazo a todos, incluso a tus enemigos.