El Papa Francisco anunció la celebración de un Año Santo Extraordinario,  un Año de la Misericordia, una buena noticia. Nos dice el Papa que Jesús es el rostro de la misericordia de Dios Padre. Lo es con sus palabras, con sus gestos, con toda su persona. Más aún, el Papa Francisco nos invita a experimentar en nuestra vida lo mismo que aconteció al apóstol Mateo: «Lo miró con misericordia y lo eligió». Lo mismo vivió la Virgen en el canto del Magníficat.

Tenemos que vivir la misericordia porque estamos llamados, a ser signos visibles de lo que Dios es en sí mismo: Amor y Misericordia. Y porque la misericordia, como dice el Papa, es fuente de alegría, de serenidad y de paz. La misericordia va más allá de la justicia. Ser misericordioso es tratar y perdonar a los otros como nos trata y perdona el Señor a nosotros.

Como sabemos las Obras de Misericordia son 14, siete Espirituales y siete Corporales. De tiempos en tiempos iremos comentando cada una de ellas. Hoy comenzamos con las Espirituales y más concretamente con la 1ª:

1ª) ENSEÑAR AL QUE NO SABE.

No se trata de hacernos los «listillos» o «sabihondos», enseñar a leer, enseñar cuentas, informática ( aunque esto también es muy bueno e importante)…ni dar lecciones a todo el mundo. Se trata de informar, en asuntos de la vida, a quienes lo necesitan, por estar desorientados o por falta de conocimientos y estudios, y hacerlo con prudencia y sin humillarlos.

Se debe enseñar el bien y lo bueno a quien no lo sabe, porque la Sagrada Escritura promete que quien enseñe la justicia a las gentes, brillará como las estrellas del cielo.

En cambio hay que cuidarse de enseñar el mal, porque esta no sería una obra de misericordia sino de maldad. Y esto hoy se hace especialmente con los niños y con los jóvenes, que ya desde la más tierna infancia se les puede enseñar el camino del bien o del mal.

Entonces debemos enseñar el bien a todos, sin humillar y con humildad, porque lo que hemos recibido de capacidad intelectual o los conocimientos que hemos adquirido por voluntad de Dios no son nuestros sino que Dios nos los ha confiado para que los usemos para el bien de todos.

Incluso no hace falta enseñar religión o las cosas de fe para cumplir con esta obra de misericordia, sino que todo el que enseña con espíritu de caridad al hermano que está en la ignorancia, cumple con esta obra tan necesaria de instrucción.

Y recordemos que nadie ama lo que no conoce, por eso si enseñamos la doctrina católica, haremos que muchos la amen y amen a Dios sobre todas las cosas. Así que enseñar el catecismo es obra de misericordia excelente, tal vez la mejor.

Esta bienaventuranza tiene otra cara: dejarse enseñar, porque entre todos vemos más que uno solo y porque aquello que mejor se enseña es lo que más necesitamos aprender. Leamos, estudiemos y recemos para aprender lo bueno de la vida.

Arturo Carrascal OSA