Había una vez un pobre al que se le metió en casa un extraño, totalmente desnudo. -¡Sálgase de aquí inmediatamente! ¿No me oye?
-Mi querido Señor- respondió el extraño-, ¿se ha fijado bien cómo voy? ¿Se atrevería usted a echar a la calle a un hombre desnudo?
-Tiene razón –dijo el pobre- sería un pecado. Pero dígame, ¿quién es usted?
-¿No me reconoce? Baste que le diga que me llamo la Pobreza.

Cuando el pobre comprobó que albergaba a la Pobreza bajo su techo, se arrepintió. Pensó durante mucho tiempo cómo hacer para librarse de ella. Finalmente fue a ver a su sastre, le describió a la Pobreza y le encargó un traje a medida. El sastre anotó las medidas de la Pobreza y se puso manos a la obra.

El buen hombre se vio obligado a vender todos sus bienes para poder pagar el traje que había encargado al sastre. Porque a fin de cuentas era mejor que tener como invitado permanente en la propia casa a la Pobreza.

Finalmente el sastre entregó el traje y la Pobreza se lo probó. –Lamentablemente –dijo-, no me vale. El pobre se enfureció con el sastre. -¡Cómo te atreves a hacer una cosa así! Te he pagado lo que me has pedido. ¿Cómo pudiste hacer un traje tan pequeño?

-Es inútil que te enfades con el sastre –replicó la Pobreza-, él no tiene la culpa. El problema es que mientras tú gastabas tus últimos recursos, ¡yo no he dejado de crecer!

Me fijo en un continente, elijo África. La cuna de la humanidad ha sido y es esclava en sus hombres y en sus recursos. Cuando por fin dejamos de poner nuestras banderas sobre los africanos, nos encargamos de que sus gobernantes fueran “títeres” nuestros.

Esclavos también por la deuda externa y eterna, mantenemos gobiernos que no querríamos para nosotros porque eso nos permite manipular, comprar, vender y engordar nuestros negocios.

Algunos africanos huyen, y venden todo lo que son y tienen por llegar a Europa, lo pierden todo, hasta la vida, después su sola visión nos molesta en las fronteras y en las calles. A ellas las podemos usar y comprar en las entradas a las ciudades y en muchas esquinas. Nos permitimos el lujo de clasificarlos incluso, no es lo mismo un inmigrante, un refugiado, o un refugiado político.

Por muchos nombres y trajes que le pongamos a la pobreza, nunca le valdrán, porque ella aumenta conforme prolifera nuestro egoísmo, egocentrismo y falta de solidaridad. Mientras tanto, la pobreza sigue creciendo.