En las paredes y en el periódico de la ciudad apareció un anuncio fúnebre muy extraño: “Tenemos el profundo sentimiento de anunciarles la muerte de la parroquia Santa Bárbara. Los funerales de cuerpo presente, tendrán lugar el domingo próximo, a las 11.00h”.
El domingo, como es lógico, la Iglesia se encontraba llena como nunca. No había ningún sitio libre. Incluso, había poco espacio para los que se quedaban de pie.
Delante del altar, se encontraba el féretro de madera oscura. El Párroco pronunció un sencillo discurso:
“No pienso que nuestra parroquia pueda volver a la vida, pero en este momento en el que estamos todos presentes, yo quisiera hacer un último ruego. Desearía que todos paséis delante del ataúd y mostréis así vuestros respetos a la difunta. Podréis avanzar en fila por el pasillo central y, tras mirar el cadáver, salir por la sacristía hacia el exterior de la Iglesia. Para los que lo deseen, sabed que después celebraremos la Eucaristía; podréis volver a entrar de nuevo por la puerta principal”.
Lentamente comenzaron a moverse hacia el féretro. Todos se detenían unos segundos para ver bien el rostro de la difunta. Después, pausadamente, la gente salía en silencio y bastante confundida, por la sacristía hacia la calle.
Todos los que querían ver el cadáver de la parroquia Santa Bárbara, al mirar el interior, se encontraban reflejados en un espejo colocado en el fondo del féretro.
He leído la historia varias veces, echo de menos la autocrítica del párroco, me extraña que no fuera él, quién dando ejemplo, visitara el ataúd el primero.
Pero es claro, no son las parroquias, las congregaciones, las diócesis, las empresas, las familias, los gobiernos nacionales, autonómicos, regionales o locales los que están muertos.
Yo, tú, él… somos nosotros, los que podemos estar enfermos, malheridos o muertos.
La vida cristiana, cívica, de los ciudadanos a distintos niveles, de las familias, de todo grupo o asociación, necesita una renovación profunda y constante. No vale, ni basta con una reconversión de ideas o un cambio de conceptos a otros más modernos.
El cambio sólo es válido si es personal, si es de cada uno. La dinámica vital de cualquier transformación humana comienza al revés de lo que se cree. No es del exterior al interior, sino del propio centro del individuo hacia fuera, sólo este cambio genera metamorfosis, entusiasmo alrededor, vida e incluso resurrección.