De la capital pucelana fue destinado por vía del regalo, a orillas del mar Cantábrico. La talla medía más de un metro veinte en su palo vertical. Por cirineo utilizaron al P. Humberto, leonés de las Omañas, talla XXL de fraile. Metro ochenta y dos de consagrado, dispuesto a todo por aquello de hacer la “voluntad de Dios”.

Así que con su santo hábito, correa a juego, maleta de emigrante y Cristo casi al hombro, después de rezar maitines, se dirigió a la estación de tren de Valladolid, para desde allí coger el primer “Chispas” con destino a la capital cántabra.

El buen Cristo vino en tercera, la verdad es que a lo largo de la historia él por más que le hayan querido acomodar, siempre ha preferido los últimos sitios.

Reclutas, abuelas rodeadas de nietos, una madre amamantando a su retoño, campesinos, vendedores ambulantes, buscavidas, enfermos cambiando de aires, enfermeras, un par de monjas y algún que otro señorito venido a menos, conformaban parte del espectro de acompañantes del Señor.

Él, como desde hace casi dos mil años, enmudecía y no abría la boca. Y así llego a la estación. Destino, el colegio de los agustinos en la calle Alcázar de Toledo. En la Capilla del colegio permaneció unos diez años.

Un buen día tocó otro cambio, muchas cosas se quedaron en la antigua residencia, pero no el Cristo. En 1975 fue ubicado en la galería de los confesionarios que une la residencia de la comunidad con el colegio del Sardinero.

Cuando se hizo el confesionario en la Iglesia, el Cristo y los antiguos confesionarios, casi al tiempo que la costumbre de confesarse, quedaron relegados a un oscuro pasaje. Como siempre, él no dijo nada.

Este año, un fraile, encomendándose a Dios, pero a nadie más, decidió trasladarlo a la capilla del Sacramento. Ya a la luz, pronto recibió el cariño de los feligreses habituales de Misa diaria.

Sin embargo, cien años desde su confección original, son muchos, y amén de su clásica pasión, presentaba desperfectos en su talla. Mari y su cuñada se ofrecieron para restaurarlo. Aunque nunca tuvo pecado, lo dejaron, “impecable”.

Él sigue como siempre, contemplándolo todo, guardándolo todo en su corazón. Escuchando súplicas, plegarias, éxodos interiores, acciones de gracias, cuitas y pendencias… pero sobre todo, perdonando.

¡Bendito Cristo!, toda la vida en tránsito, acompañando al hombre en su calvario vital.