Por mor de las calendas hoy he querido pensar y honrar a aquellos antepasados nuestros, gentes de setenta años para arriba, personas que manifestaban una inmensa sabiduría popular en su habla y modos de vida.
Personas fraguadas en la adversidad, con un secular sentido de la justicia. Gentes sencillas, mayormente con su origen en el pueblo y en los pueblos, con oficios tradicionales en muchos casos, con una nobleza de espíritu y cabales reflexiones que les hacían brillar como estrellas en la noche.
Buenos ciudadanos y ciudadanas, éticos en su mayor parte, que se revelaban contra los convencionalismos sociales y mostraban independencia de criterio, bisabuelos, abuelos y padres nuestros, supervivientes de alguna o de varias guerras, (Cuba, Filipinas, Marruecos, la guerra “incivil”).
Hombres y mujeres de palabra, respetuosos con la religión y creencias o increencias del otro, y en muchos casos, sin miedo a mostrar su fe por la vía de los hechos; al santiguarse al pasar delante de la Iglesia, al salir de casa o al ir de viaje, pero a la par, todo ello, llevado a cabo desde la mesura, sin fanatismos.
Se deslomaron trabajando e hicieron estudiar a sus hijos para que prosperasen en la vida. No eran consumistas, no tiraban nada, reciclaban todo o casi todo.
Algunos apenas habían salido de los pagos familiares y de los contornos provinciales, eso sí, la mayoría después de ver tanto desmán en las guerras y en las postguerras, sepultaron las trincheras ideológicas, y durante sus últimos años vieron como las palabras de Alfonso Guerra, aquellas que aventuraban un futuro distinto en la expresión; ¡A España no la va a conocer ni la madre que la parió! se quedaban cortas.
Aunaron tradición y modernidad. Sus hijos o nietos, hoy jubilados o prejubilados, heredaron de sus progenitores una carga de valores de la que no quieren desprenderse, por ello a veces sufren tanto.
Nuestros antepasado, sabedores de que los derechos comportan obligaciones. Bien estructurados ética y moralmente, configuran nuestras raíces, somos deudores suyos.
Las personas que conocí, ya no están o quedan muy pocos de ellos, pero tanto unos como otros siguen siendo mis referentes éticos, decían digo y no diego, no eran arribistas, eran amigos de sus amigos, pero enemigos de las medias tintas y de los amiguismos, para ellos el pan era pan y el vino era vino.
Al fin y al cabo, hombres y mujeres corrientes sometidos a circunstancias extraordinarias. Mientras los recuerde, mientras viva uno de ellos, todavía sonreiré porque hay hombres que se visten por los pies y gente honesta y recia.