El sábado anterior, me encontraba yo con una pareja, Raúl y Bárbara, a los que veré desde el Altar a mediados de septiembre. Y en medio de la conversación me hablaron de algo que yo desconocía.
Me pongo a investigar y empiezo a hacerme preguntas que ahora le traslado a usted. ¿Alguna vez siente que de alguna forma es un fraude? A pesar de los éxitos en su vida –sus buenas notas, sus logros profesionales, la cantidad de elogios que recibe a diario- ¿alguna vez tuvo la sensación de que prontamente le desenmascararán como si fuera un impostor?
Este sentimiento es muy común, y ya es conocido como el Síndrome del Impostor. Es más común entre las mujeres que entre los hombres. En resumen consiste en que juzgamos nuestro trabajo peor de lo que es. Al final quién lo padece, tiende a pensar que ocupa un puesto por encima de su capacidad, y que si levanta la voz, descubrirán su impostura, desmereciendo así sus logros.
Algunos estudios psicológicos han sugerido que dos de cada cinco personas se consideran a sí mismas impostoras en algún momento de sus vidas. No es un problema de baja autoestima, es algo más que un caso de inseguridad. A la larga, puede hacer que personas valiosas sigan escalando laboralmente por la impresión que tienen de sí mismos. La suerte es la afortunada causa a la que el sujeto atribuye lo que en realidad es merecimiento suyo.
Empiezo a mirar dentro de mí, más aún, a preguntarme si es posible que en nuestra educación, en distintos ámbitos laborales o educativos, se pueda generar un caldo de cultivo que ayude o posibilite que empleados, candidatos, estudiantes, reaccionen y actúen como si fueran “impostores”, con el drama de la conciencia personal luchando entre destapar la realidad o seguir temiendo agazapados que alguien lo haga.
Pienso y repienso, y llego a la conclusión de que si en algún caso me sintiera así, o alguien de mi entorno así se percibiera, debería recordar en primer lugar que los errores no son una prueba de ineptitud, sino oportunidad inmejorable para aprender. Por otra parte, los amigos, las personas que nos quieren son un perfecto “consejero” al que nos podemos remitir para preguntar cómo nos perciben y que opinan sobre nuestros logros.
Un torbellino de preguntas surgen a mi alrededor, voy a dejar de pensar, porque en definitiva nunca podemos conocer todas las respuestas, aunque hoy termino recomendando acabar con “la falsa modestia” y un propósito, no rechazar las palmaditas, cumplidos y enhorabuenas que a veces nos regalan personas valiosas y buenas.