Aconteció que un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.
El roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el pino. El pino se arrastraba queriendo ser y dar uvas como la vid. La vid buscaba la manera de defenderse de todos con espinas y despreciaba sus racimos, mientras estaba dispuesta a cambiarlos por hermosas rosas de todos los colores. Las rosas tampoco estaban contentas con lo que eran, y deseaban ser grandes y fuertes como los robles.
En medio de tanta insatisfacción, el rey encontró una planta, una fresa, floreciendo sana y fuerte.
Al menos, una planta en su jardín estaba viva e irradiaba vida. Por eso le preguntó: – ¿Cómo es que creces saludable en medio de este caos mustio y sombrío?

No lo sé. Posiblemente sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresas. Si hubieras querido un roble o una rosa, los habrías plantado. Desde aquel momento me dije: “Intentaré ser fresa de la mejor manera que pueda”.

Leo esta historia una y otra vez y me planteo por una parte, el poder responder a la propia vocación, a los anhelos más profundos de cada uno, aquello para los que fue creado, por otro lado están las circunstancias y a ello hemos de añadir el tiempo que llevamos “ejerciendo determinado papel”.

En otro ámbito se sitúa el que a falta de la seguridad plena de cual es nuestro sitio y sentido en el mundo, antes que vivir angustiado, prefiero el buen uso de la inteligencia práctica.

Tal fue el caso del P. Macía, agustino. Este hombre delgadito, pero con una enorme fuerza vital, contaba que cuando estaba en La Escuela Apostólica de Palencia, se planteó seriamente si tenía vocación, si realmente el Señor le llamaba, y como no lo sabía, decidió vivir intensamente como si la tuviera. Por los frutos, claramente fue un buen agustino.

Al final, igual queda seguir a D. Pedro Calderón de la Barca, y asumir que puesto que tenemos un papel en el gran teatro del mundo, lo mejor será, sea cual fuere, representarlo lo mejor posible, porque como dice Manuel Iceta en uno de sus libros, “Justo a mí, me toco ser yo”.

Seamos robles, pinos, vides, fresas, rosas, pero evitemos quedarnos a medio camino.