Ayer jugó la selección y salí con una larga desazón tras el pitido final del árbitro, pues Croacia, como dicen los chavales, “nos pintó la cara”.
Mientras los alumnos y alumnas salen alborozados tras finalizar el curso y los profesores todavía calentamos silla haciendo memorias y revisando programaciones, prácticamente puestas las notas de la final ordinaria, me dispongo a hacer mi memoria particular, la que no encontraré en ningún disco duro, sino en mi interior.
Y allí guardo conversaciones con alumnos, sonrisas cómplices, miradas irónicas, sorpresivas, sorprendentes y sobre todo un sentimiento cálido de afecto a esos pequeños maestros bajitos que a veces ponen a prueba nuestro ser serenos, personas y maduros.
Disfruto después de haber visto las fotos de la boda final que han hecho los de 2º de ESO. No se asusten, pero es que para hablar de los sacramentos, lo mejor es realizar uno en vivo y en directo.
Todavía me río con algunas contestaciones de exámenes. Admiro sus conocimientos de informática y su pedagogía al enseñarme a manejar lo que yo no presto interés en aprender.
Señores ante la muerte de un familiar de un compañero. Samaritanos ante la enfermedad que toca de cerca en las entrañas de una amiga de clase. Leales para sufrir la bronca o el castigo por el maula de turno, cuyo nombre todos conocen, pero nadie pronuncia.
Pero lo que más me conmueve son las lágrimas, las de algún chico o chica, (los aprendices de hombres, gracias a Dios y a Miguel Bosé, también lloran), esos corazones partidos por un disgusto, un enfado, una regañina o un problema familiar.
Cierto es, que también ha habido malos ratos, que a veces uno se queja, y que incluso te quedas con malos recuerdos, contestaciones, actitudes de alumnos y de padres que es mejor olvidar.
Si, olvidar, porque ha acabado el partido, se ha pitado el final, el próximo año comienza un nuevo partido. Todos evolucionamos, descansemos para escribir una nueva página, abiertos, sin rencores, porque lo que ocurre en el campo, en el campo ha de quedar.
Hace algún tiempo me dijeron que a los profesores nos pasaba algo singular, y es que daba la impresión de que no envejecíamos. Tras profunda meditación creo haber encontrado ese elixir de la “juventud”, y no es otro que el trabajar con niños y jóvenes.
Gracias Dios por mis compañeros y por ejercer la profesión más humana del mundo.