“Un misionero sueco llegó a las selvas de la Amazonía impulsado por una gran vocación. Entusiasta, sacrificado, hizo lo imposible por adaptar su forma de vida a las costumbres de los indígenas. Vivía como uno más entre ellos, y pagaba con su trabajo la comida que le sustentaba.
Le costó aprender la lengua de los nativos, pero como su objetivo era evangelizar también con la palabra, consiguió dominarla. Así, expresándose con soltura, el misionero sueco se puso a narrar la historia sagrada, desde Adán y Eva hasta la muerte y resurrección de Jesucristo.
El auditorio fue acogiendo los sucesivos relatos con grandes muestras de complacencia, especialmente las mujeres y los niños.
Cuando el misionero terminó, el jefe de la tribu quiso, como una muestra de cortesía, agradecérselo públicamente en nombre de toda la comunidad. La verdad era que mientras los anteriores blancos habían ido a explotarles, este había ido a deleitarles con emotivos y simpáticos cuentos e historias.
Además, añadió, que dada la importancia que el misionero otorgaba a las historias, él se sentía en la obligación de contarle leyendas y cosmogonías de su pueblo.
Con mucha imaginación y colorido, comenzó el jefe su relato, pero este fue interrumpido prontamente por el misionero, que en su lengua le dijo:
Amigo, estas historias que tú me cuentas son puras fábulas, sin fundamento alguno, mientras que lo que yo te he contado es la “verdad”.
El jefe torció el gesto y replicó:
Eres como todos los demás blancos, mientras tú hablabas nadie te interrumpió, aunque lo que decías pudiera ser verdad o mentira. Nos gustaba escucharte, nada más. ¿Por qué no escuchas tú ahora con la misma atención que nosotros lo hicimos contigo?”
Un proverbio árabe dice que “Dios nos dio una boca y dos oídos, para escuchar el doble de lo que hablamos”.
Es tan importante la capacidad de escucha, que pagamos fortunas a los psicólogos y terapeutas porque nos escuchen.
Posiblemente dentro de las obras de misericordia, donde tan buen lugar ocupa la de dar buen consejo al que lo necesita, debiéramos haber insertado antes otra que dijera, escuchar con todos los sentidos y con el corazón a quién te lo pida y necesite.