Comenzaré confesando que el 95 por ciento de los desplazamientos de mi semana lo hago en el coche de San Fernando, “un ratito a pie y otro andando”. Por eso mismo, he llegado a pensar que nosotros los peatones pertenecemos a otro planeta, no sé si nos volvemos verdes, aunque en muchas ocasiones los pilotos de la galaxia automóvil desde sus naves tripuladas, así nos ponen.

Tiemblo cada vez más, cuando cruzo un paso de peatones que no tiene semáforo. En Roma, nos recomendaban rezar un Padrenuestro, cerrar los ojos y pasar, porque el tráfico nunca se detiene, y la verdad es que aquí, yo he comenzado a hacerlo.

Hay sitios realmente peligrosos, uno de ellos discurre aproximadamente, entre el Parque de las Llamas y la subida por la calle donde está situado el Instituto del mismo nombre.

Luego te metes en el Túnel de Tetuán. La concentración de humos, lleva a muchos viandantes a utilizar un pañuelo como si fueran a la Intifada. Haí suelen aparecer una especie de centauros mecánicos, con el cuerpo de bicicleta y el torso, brazos y cabeza de hombre.

No hay problema que compartamos espacio, no, lo que si hay es un susto grande cuando te tocan el timbre o se te echan literalmente encima mirándote como diciendo “que hace un bicho antidiluviano como tú, por donde yo circulo con la prisa que llevo”.

Pero cuando más me enfado, es cuando me coloco a la puerta del colegio como si fuera “un poli de guardería”, por la que conocemos como calle de San Agustín. Entonces veo diariamente toda clase de maniobras ante el paso de peatones que da a la entrada.

No importa que haya señales, que se indique que hay peatones, niños para ser más específicos que cruzan solos o con sus familiares más cercanos. Se aparca en el mismo paso de peatones, incluidos los motoristas, se coloca el coche en doble fila, se da la vuelta en medio de la carretera… y aquí si hay igualdad de género, lo mismo lo hace un hombre que una mujer.

A los peatones se nos echa en cara que crucemos por donde no debemos, de todo hay en el planeta peatón, aunque lo mejor sería tener alas como los de Red Bull.

Lo que más me preocupa es que cuando nos subimos a un coche como conductores, en muchos casos nos olvidamos de nuestro planeta original y nos comportamos como los conductores que criticamos.