Al retirarse del mundanal ruido y entrar en la vida religiosa, corre uno el riesgo de separarse mucho, quizá demasiado de la realidad, y vivir sin quererlo en un mundo tan lejano, tan distinto, que de vez en cuando, conviene poner los pies en el suelo, y volver a tocar la realidad.

Para explicarme un poco mejor, les contaré como estas navidades, me dio por acompañar a mi padre a Mercadona, la verdad es que yo no suelo visitar esos sitios, porque voy, como vulgarmente se dice a mesa puesta. Al entrar, mi padre iba saludando a todas las dependientas del supermercado, Ana, Carmen, Isabel….se alegraban al verle, y le deseaban un feliz año, pues efectivamente, esto sucedía el día dos de enero.

Después, me iba comentando la vida de cada una. Dos de ellas eran licenciadas en LADE, para ser exactos, de la promoción de mi hermano el pequeño. Otra era de la comarca de Laciana, en concreto de Caboalles. Ninguna se quejaba por su suerte, alguna incluso se mostraba feliz, y así decía, que mientras que durase aquel trabajo, “fenomenal”.

En la calle Padre Isla, casi todos los locales de la margen derecha, habían cerrado. Los pobres por la calle parecían haberse repartido la vía pública cada cien metros. Las iglesias presentaban “guardianes permanentes a sus  puertas”. La mendicidad ya no se concentraba el domingo, ahora lo hace a todas las horas de culto.

Desde entonces, he asistido a dos funerales, Vicente de sesenta años y Pedro de ochenta y ocho. Familias desconsoladas, preguntas al cielo, desconcierto entre los más jóvenes y resignación entre los más mayores. Como consuelo, las palabras amables del cura, pero de tejas a bajo, “el que eran buenas personas y que la familia no los ha dejado solos en ningún momento mientras vivían el último calvario”.

Por otra parte, me comentan la historia de un niño enfermo, que ha supuesto el desplazamiento de toda la familia a otra ciudad. Cambio de casa, colegios, trabajos, todo, por el bien del pequeño.

Y me repliego en mis adentros, y pienso que esto de vivir es un deporte muy duro, a veces de alto riesgo. Sin embargo, la gente normal, la que tiene los pies en el suelo, no se lo plantea, tampoco tiene para ello mucho tiempo, simplemente vive, trata de ser feliz, de querer a los suyos, de agradecer lo que tiene y de disfrutar los pequeños momentos.

No sé, algunos tenemos mucho, y de vez en cuando, es bueno, muy bueno, bajar al mundo real, pisar la calle, poner los pies en el suelo, para no quejarnos de tonterías, para apreciar lo que tenemos, para ser agradecidos, para plantearse ser más buenos.