“Querido hijo:
Nos alegramos que al recibir ésta, te encuentres bien, quedando nosotros bien Gracias a Dios.
Primeramente decirte que te damos contestación a la tuya, pues nos alegró mucho recibirla. Nosotros seguimos bien aunque con algo de gripe, como María, tu hermana. Yo pasé el catarro, ahora, esperando a que operen a tu padre.
Me alegra mucho recibir noticias tuyas tan a menudo, de lo que dices que escribes por qué te ponen los sellos, eso es un abuso, nunca fuiste interesado y esa carta leída por quién no te conozca puede dar una imagen falsa de ti, así, que por favor, no lo vuelvas a hacer, y si es necesario, te mandaremos los sellos nosotros.
Nos alegra que cada día estés más contento, y si dudas, pide ayuda a Dios con fe, que es el único que nunca falla.
Por aquí va cambiando el tiempo, supongo que por ahí todo anunciará la primavera. Ya nos dirás como sigues y qué tal te encuentras, si tienes tiempo podías comprar unos cuadernos de caligrafía y escribir muestras pues tienes una letra bastante deficiente.
Tu padre ya lo contó casi todo, con lo que a mí no me queda casi nada que contarte. Me gusta mucho la forma en que te explicas y la forma en que expresas tus sentimientos. Si hay que mandarte ropa, o alguna cosa que te haga ilusión, o al algún recuerdo de casa, lo dices, y se te manda.
Hazme con escapularios para todos cuando puedas, nada más por hoy. Recibe un fuerte abrazo, besos de tus hermanos y especialmente de tus padres. Mandy y Agustín”.
A quién me conozca, le extrañará la carta, sí, es lógico, son párrafos de ocho misivas recibidas entre septiembre de 1979 y marzo de 1980, llevaba siete meses de noviciado. Mi madre falleció el 15 de marzo del 2003.
Hacía tiempo que quería hacerlo, quería volver a sentir su amor. Repaso el artículo, y en los ojos siento la emoción. Las cartas y otras tantas, llevan junto a mí 36 años y pico, no conservo las de nadie más.
Cada vez que una madre me ha dado las gracias por lo que he hecho por su hijo, sobre todo cuando he visto la gratitud en sus ojos, no puedo por menos que pensar en eso, que las madres lo son eternamente, que todas tienen un corazón sabio, lleno de amor y gratitud, y que al igual que ocurre con los evangelios, sus letras, su voz, siempre son sagradas para nosotros, Palabra, caricia y beso de Dios.