Cuando llega la Semana Santa, siento cierta urgencia por encontrarme con Jesús. Estando en esta búsqueda, encuentro en un cajón, “100 tarjetas del Antiguo y Nuevo Testamento”. Grabados en colores y textos bíblicos en 100 dibujos según los originales de Roberto Leinweber.
Los grabados de mi niñez quizá ya no me valgan. ¡La niñez!, imposible volver atrás, tampoco es consuelo pensar que un hombre es un niño estropeado. Aparco de mi mente las imágenes de Jesús niño o del Sagrado Corazón.
Descuelgo de mis pensamientos el cromo descolorido del Jesús de la infancia. Creo más bien que debo encontrar a Jesús en las personas que me cruzo al subir al autobús, mejor aún, en el rostro de unos emigrantes, o en el de unos ancianos que viven solos, y por qué no, en el de un niño enfermo de cáncer…
No me interesa rehacer el aspecto físico de Jesús, sus facciones, estatura, color de ojos, suavidad del cabello o tono de su voz, pero sí, y mucho, sobre todo, conocer su escala de valores, su manera de estar aquí y ahora.
Cómo no, descubrir, por ejemplo, de dónde le nace el venero de las lágrimas y por qué, a pesar de todo, es risueño el brillo de sus ojos; por qué se le enciende la boca de claveles a la hora del perdón o cómo la tristeza le estrangula el espíritu en el huerto de Getsemaní.
Me pregunto, ¿por qué se nos ofrece pequeño, siendo grande?, ¿por qué quiere ser pobre, descomplicado, nada ostentoso? Mi objetivo es dar con los rasgos íntimos de Jesús para que con solo tocarle, vaya reconstruyendo en mí la imagen de hijo que para mí quiere Dios Padre.
Es posible que con el paso del tiempo haya desdibujado el rostro de Jesús y lo que es peor, haya hecho de su buena noticia un collage del que colgar diversas adulteraciones teñidas de los énfasis personalísimos con que muy frecuentemente me empecino en presentarlo ante los otros.
Dar con los rasgos íntimos de Jesús, encontrarlo en la vida diaria, la de todos los días, quizá ese sea el lugar teológico de la nueva revelación del Señor.
Una certeza, tuvo que amar locamente el lodo humano antes de enfangarse en nuestra historia. Jesús, el de siempre, pasa hoy por nuestra temporalidad si quiere seguir siendo barro iluminado para este nuestro mundo tan crucificado.