LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS, 13,33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos:

¡Velad!

Palabra del Señor.

La mejor vigilancia es sin duda, la que se hace desde el amor y la confianza en Dios. Quien ama, pone todo su empeño en agradar al amado. La oración que a continuación expongo, nos habla del amor, pero subraya metafóricamente, que es Dios el que quiere hacer en nosotros, nosotros solo necesitamos dejarle hacer a él.

Pasaste junto a mí,

No vi clara tu figura,

Pero pasaste junto a mí y me miraste,

Y algo tus ojos me decían.

No sé que me querías,

Pero pasaste junto a mí, y me querías.

¿Y qué te puedo yo ofrecer?

Nada, respondías; sonreías.

¿Quieres mis oraciones, ofrendas y sacrificios?

Yo no quiero tus cosas, me decías.

Te quiero a ti.

Es que te quiero, ¿sabes?; te reías.

Me dejé seducir por tu misterio.

Y yo no le di cosas, ofrendas y sacrificios,

Le di mi voluntad con alegría.

Le di mi corazón, lo que a Él le agrada.

Aquí estoy, Señor, ¿qué puedo hacer por ti?

Nada, seré yo quien haga en ti, me decías.

Vigilar es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su venida a nuestra vida, a nuestra sociedad y a la tierra. Sin esta sensibilidad, no es posible caminar tras los pasos de Jesús. Por eso nuestra vigilancia pasa por una escucha más atenta de la Palabra de Dios, una vivencia activa de los sacramentos y un ejercicio práctico y esperanzador de la caridad hacia los hermanos que más sufren.

Hace falta el Adviento, hay mucho que esperar y mucho que hacer. Dios nos brinda de nuevo la oportunidad de esperarle, de acogerle. Acoger al Señor, sí, para que sin que parezca un juego de palabras, el haga su obra en nosotros, aunque parezca que somos nosotros, los que hacemos algo, mucho, todo por Él.