
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
–Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron en la barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciendo:
–Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
–¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
–¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados y se decían unos a otros:
–¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
Palabra del Señor
Mientras, Jesús dormía. El mar se agita cada vez más y el peligro crece por momentos. Sin saber ciertamente para qué, despiertan al Maestro; no para que calme la tempestad, lo cual les parecería imposible, sino para recriminarle que siga dormido, sin importarle que estén a punto de sucumbir a las embestidas del oleaje.
Jesús no les contesta. Se pone en pie sobre la proa e increpa a las aguas con voz potente y dominadora: ¡Silencio, cállate! Pronto reina la bonanza y las barcas siguen, serenas y ágiles, su ruta hacia la ribera.
No salen de su asombro. Estupefactos se preguntan entre sí quién era este que había dominado el furor del mar y del huracán. No acababan de comprender la grandeza de Jesucristo.
Todavía eran hombres de poca fe, cobardes y tímidos. Pero el Señor sigue junto a ellos, esperando paciente al Espíritu para que los transforme. Entonces no volverán a tener miedo. Después, Siempre permanecieron serenos y valientes, apretando con fuerza el timón, seguros de que nada ni nadie podría hundir aquella barca, la Iglesia de Cristo.
Y yo pienso en mis tempestades, en las de cada uno. Y pienso también que a veces nos olvidamos de que Jesús va con nosotros en nuestra barca. Y ahora me interrogo, ¿sois cobarde ante la adversidad?, ¿Cómo ando de fe?, ¿Me olvido de que Jesús es el Señor? ¿Quién es Jesús para mí?
Pidamos al Señor fe y la fuerza de su espíritu, para como los apóstoles ser transformados de cobardes en valientes, permaneciendo así seguros de que nadie podrá hundir la barca de nuestras vidas y la barca de la Iglesia.